No hay orientalista ni pandita que no sepa de coro la historia de Gautama, el Buddha, el más perfecto de los mortales que el mundo haya visto jamás, pero ninguno de ellos parece sospechar siquiera el significado esotérico que hay en el fondo de su biografía prenatal, esto es, la significación de la historia popular.
El Lalita–vistara hace el relato de ella, pero se abstiene de insinuar la verdad. Los cinco mil Jâtakas, o sucesos de anteriores nacimientos (reencarnaciones), son considerados al pie de la letra, en lugar de serlo esotéricamente. Gautama el Buddha no habría sido un hombre mortal si no hubiese pasado por centenares y millares de nacimientos antes del último de los suyos. Sin embargo, la relación detallada de ellos, y el aserto de que durante los mismos fué él abriéndose camino hacia arriba a través de cada grado de transmigración, desde el más ínfimo átomo animado e inanimado y desde el insecto hasta la criatura más elevada, o sea el hombre, encierra simplemente el tan conocido aforismo oculto: “la piedra se convierte en planta, la planta en animal, y el animal en hombre”.
Todo ser humano que ha existido ha pasado por la misma evolución. Pero el simbolismo oculto en esta serie de renacimientos (jâtaka) incluye una perfecta historia de la evolución en esta tierra, pre y post humana, y es una exposición científica de hechos naturales. Una verdad no velada, sino desnuda y patente se encuentra en la nomenclatura de ellos, a saber, que no bien hubo Gautama alcanzado la forma humana, empezó a mostrar en cada una de sus personalidades la mayor abnegación, caridad y sacrificio de sí mismo. Buddha Gautama, el cuarto de los Sapta (siete) Buddhas y Sapta Tathâgatas [véase esta palabra],
Sapta Tathâgata (Sánsc.) – Los siete principales Nirmânakâyas entre los innumerables antiguos guardianes del mundo. Sus nombres se hallan inscritos en un pilar heptagonal que hay en una cámara secreta en casi todos los templos búdicos de la China y del Tíbet.
Tathâgata “Uno, que es como el próximo”; el que es como sus predecesores (los Buddhas) y sucesores; el próximo futuro Buddha o Salvador del mundo. Es uno de los títulos de Gautama Buddha y el más alto epíteto, por cuanto el primero y el último, Buddhas fueron los avatâras directos inmediatos de la Deidad Una. [“El que sigue las huellas de sus predecesores o de aquellos que llegaron antes que él”; ésta es la verdadera significación del nombre Tâthâgata. (Voz del Silencio, III)].
Nació, según la cronología china, en el año 1024 antes de J.C., pero según las crónicas cingalesas, nació en el octavo día de la segunda (o cuarta) luna del año 621 antes de nuestra era. Huyó del palacio de su padre para abrazar la vida ascética, en la noche del octavo día de la segunda luna del año 597 antes de J.C., y después de pasar seis años en Gaya, entregado a la meditación y conociendo que la tortura física de sí mismo era inútil para aportar la iluminación, se decidió a seguir una nueva vía hasta llegar al estado de Bodhi. En la noche del octavo día de la duodécima luna del año 592 llegó a ser un Buddha perfecto, y por fin entró en el Nirvâna en el año 543, según el Budismo del Sur.
Los orientalistas, sin embargo, se han atenido a otras varias fechas. Todo lo restante es alegórico. Gautama alcanzó el estado de Bodhisattva en la tierra cuando en su personalidad se llamaba Prabhâpala. Tuchita (véase esta palabra) significa un lugar en este globo, y no un paraíso en las regiones invisibles. La selección de la familia Zâkya y su madre Mâyâ, como “la más pura de la tierra”, está en armonía con el modelo de la natividad de cada Salvador, Dios o Reformador divinizado.
La leyenda acerca de haber él entrado en el seno de su madre en forma de elefante blanco, es una alusión a su innata sabiduría, por ser el elefante de dicho color un símbolo de cada Bodhisattva. Los relatos de que, al nacer Gautama, el niño recién nacido dió siete pasos en cuatro direcciones, que una flor de Udumbara1 se abrió en toda su peregrina belleza y que los reyes nâgas procedieron sin dilación a “bautizarle”, son todos ellos otras tantas alegorías en la fraseología de los Iniciados, bien comprendidas de todo ocultista oriental. Todos los acontecimientos de su noble vida se expresan en números ocultos y cada suceso llamado milagroso –tan deplorado por los orientalistas porque confunde el relato haciendo imposible separar la verdad de la ficción– es simplemente el disfraz o velo alegórico de la verdad. Esto es tan comprensible para un ocultista versado en el simbolismo, como es difícil de comprender para un sabio europeo que desconozca el Ocultismo. Cada detalle de la narración después de la muerte de Gautama el Buddha y antes de su cremación, es un capítulo de hechos escritos en un lenguaje que debe ser estudiado para ser bien comprendido, pues de otra suerte su letra muerta conduciría a uno a las contradicciones más absurdas. Por ejemplo, habiendo recordado a sus discípulos la inmortalidad del Dharmakâya [véase esta palabra], Buddha, según se dice, pasó al estado de Samâdhi y se perdió en el Nirvâna, del cual nadie puede volver. Y sin embargo, a pesar de esto, presentan al Buddha abriendo con violencia la tapa del féretro y saliendo de él para saludar con las manos juntas a su madre Mâyâ que había aparecido de repente en el aire, aunque había ella muerto siete días después del nacimiento de Gautama, etc. Como Buddha era un Chakravartin (el que hace girar la rueda de la Ley), su cuerpo, en el acto de la cremación, no podía ser consumido por el fuego ordinario. ¿Y que sucedió? De improviso un chorro de llameante fuego brotó de la Svastika que tenía en el pecho, y redujo su cuerpo a cenizas. El poco espacio de que disponemos nos impide ofrecer más ejemplos.
En lo tocante a ser él uno de los verdaderos e innegables SALVADORES del mundo, baste decir que el más fanático misionero ortodoxo, a menos de estar irremisiblemente loco o de no tener el más mínimo respeto a la verdad histórica, no puede encontrar la más leve acusación contra la vida y el carácter personal de Gautama el “Buddha”. Sin pretensión alguna a la divinidad, dejando que sus prosélitos cayeran en el ateísmo antes que hundirse en la degradante superstición del culto del deva o del ídolo, su vida, desde el principio hasta el fin, es santa y divina.
Durante los cuarenta y cinco años de su misión, es intachable y pura su vida como la de un dios –o como debiera ser la de este último. Es un perfecto ejemplo de un hombre divino. Alcanzó la condición de Buddha –esto es, la Iluminación completa– enteramente por sus propios méritos y gracias a sus esfuerzos individuales, por cuanto no se cree que ningún dios tenga el menor mérito personal en el ejercicio de la virtud y santidad.
Las enseñanzas esotéricas pretenden que Gautama renunció al Nirvâna y abandonó la vestidura Dharmakâya para continuar siendo un “Buddha de Compasión”, accesible a las penalidades y miserias de este mundo. Y la filosofía religiosa que dejó a la humanidad ha producido durante más de dos mil años generaciones de hombres virtuosos y desinteresados.
Buddhas de Compasión – Con este nombre se designan aquellos Bodhisattvas que, habiendo alcanzado la categoría de Arhat, rehúsan pasar al estado nirvánico o “ponerse la vestidura Dharmakâya y pasar a la otra orilla”, pues entonces no estaría en su poder el ayudar a la humanidad, aun en lo poco que el Karma permite. Prefieren permanecer invisibles (en Espíritu por decirlo así) en el mundo y contribuir a la salvación de los hombres ejerciendo sobre ellos su influjo para que sigan la buena Ley o, lo que es lo mismo, guiándolos por el sendero de Justicia. (Voz del Silencio, III).
La suya es la única religión absolutamente libre de mancha de sangre entre todas las religiones existentes: tolerante y generosa, inculcando la caridad y la compasión universal, el amor y el sacrificio de sí mismo, la pobreza y el contentamiento con la suerte de cada uno, sea ésta la que fuere. Ni persecuciones ni imposición de la fe por medio del fuego o de la espada la han cubierto nunca de oprobio. Ningún dios que vomite truenos y rayos se ha inmiscuido en sus puros preceptos. Y si el sencillo, filosófico y humano código de vida diaria, qué nos dejó el más grande Hombre–Reformador conocido, llegara algún día a ser adoptado por la humanidad en general, seguramente principiaría para la especie humana una era de paz y bienaventuranza.