El místico significado de la ceremonia, que aún hoy comprenden todas las órdenes ocultas, formaba parte del ritual de los esenios, como peculiar característica de su orden. La práctica del bautismo por Juan durante su ministerio y su posterior adopción por la Iglesia cristiana, aunque hoy día se ha substituido por el derrame del agua en sólo la cabeza del niño, constituye un evidente enlace entre los esenios y el cristianismo, en el que imprime firmemente el sello del misticismo y ocultismo, a pesar de que la generalidad de las gentes no lo admitan, llevadas de su ignorancia y materialistas
propensiones.
Los esenios creían y enseñaban la doctrina de la reencarnación, la inmanencia de Dios y muchas otras verdades ocultas, cuyas huellas aparecen constantemente en las enseñanzas cristianas según veremos en el transcurso de estas lecciones. Por mediación de su egregio hermano Juan el Bautista, la Orden transmitió sus enseñanzas a la primitiva Iglesia cristiana, injertándose así permanentemente en una nueva planta religiosa que a la sazón aparecía en el escenario del mundo. Y aún existen las ramas injertadas. Desde luego que la verídica historia de la real conexión entre los esenios y el cristianismo sólo se puede hallar en las tradiciones de los esenios y otras antiguas órdenes místicas. Muchas de estas tradiciones no se han impreso jamás, sino que se han ido transmitiendo de maestro a discípulo en el transcurso de los siglos hasta nuestros días entre las fraternidades ocultas. Mas para demostrar que nada afirmamos sin evidente comprobación, remitimos al lector a la Nueva Enciclopedia Internacional, que en el artículo «Esenios» dice así:
«Es una interesantísima cuestión averiguar cuánto debe el cristianismo a los esenios. Parece que hubo motivo de definido con, tacto entre Juan el Bautista y dicha Fraternidad, pues se preparó en el desierto cercano al Mar Muerto. Su predicación sobre la rectitud de conducta y la justicia respecto del prójimo eran enseñanzas esenias, así como su insistencia acerca del bautismo estaba de acuerdo con la
importancia que los esenios daban a las purificaciones.»
El mismo artículo dice que la fraternidad de los esenios enseñaba una cierta opinión relativa al origen, actual estado y futuro destino del alma, a la que consideraban preexistente y encerrada en el cuerpo como en una cárcel. Juan salió del desierto cuando contaba unos treinta años de edad, dando comienzo a su ministerio que ejerció durante algunos años, hasta su decapitación por orden de Herodes. Reunió en su tomo numerosa multitud, compuesta en un principio de gentes de clase humilde, pero que más adelante contuvo personas de las clases altas de la sociedad. Con sus más adelantados oyentes formó un cuerpo de discípulos con reglas referentes al ayuno, el culto, el ceremonial, el rito, etc., análogas a los que observaban los esenios. Esta corporación subsistió hasta la muerte de Juan, y entonces se fusionó con los discípulos de Jesús y tuvo señalada influencia en la primitiva Iglesia cristiana.
Según dijimos, uno de los principales requisitos que exigía Juan de sus discípulos, era el bautismo, el rito esenio, del cual derivó el familiar apelativo de «Bautista». Pero conviene recordar que para Juan era el bautismo una sacratísima, mística y simbólica ceremonia cuyo profundo significado oculto no comprendían muchos de los que a él acudían con fervorosa emoción religiosa y lo consideraban ingenuamente como una ceremonia mágica que «lavaba los pecados de su alma», como lavaba la suciedad de sus cuerpos; creencia que aún parece predominar entre la multitud. Juan trabajaba diligentemente en su misión, y los «bautistas» o «discípulos de Johanan», como ellos se llamaban, aumentaron rápidamente.
Sus reuniones eran acontecimientos muy emocionantes para los millares de gentes que se congregaban de toda Palestina para ver y oír al profeta del desierto, al esenio que había salido de su retraimiento. En sus reuniones solían acontecer cosas extrañas, como con, versiones repentinas, visiones, éxtasis, etc., y algunos aducían desacostumbrados poderes y facultades. Pero un día se celebró una reunión que iba a tener fama mundial. Fue el día en que se acercó a Juan el Bautista el MAESTRO, de cuya venida había recibido Juan frecuentes anuncios y promesas. JESÚS EL CRISTO apareció en escena y encaróse con su precursor. La tradición refiere que Jesús llegó sin anunciarse y sin que ni Juan ni las gentes lo reconocieran. El Precursor ignoraba la índole y grado de su huésped y solicitante del Bautismo. Aunque eran primos, no se habían vuelto a ver desde la niñez, y de pronto no reconoció Juan a Jesús. Las tradiciones de las órdenes místicas añaden que entonces dio Jesús a Juan los varios signos de las ocultas fraternidades a que ambos pertenecían, empezando por los signos del grado inferior y siguiendo hasta uno que aún no poseía Juan, a pesar de tenerlo muy alto entre los esenios. De ello infirió Juan que no era aquel hombre un vulgar solicitante de bautismo, sino, por el contrario, un adepto místico de muy alto grado, un Maestro oculto superior a él en categoría y evolución. Entonces le dijo Juan a Jesús que no era propio ni estaba de acuerdo con las costumbres de las fraternidades que el inferior bautizase al superior. El Nuevo Testamento se refiere a este suceso en las palabras siguientes: «Mas Juan se le oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti ¿y tú vienes a mí?»
(Mateo 3, 14).
Pero Jesús insistió en que Juan lo bautizase, diciendo que quería pasar por aquella ceremonia con objeto de estampar en ella su aprobación y demostrar que se consideraba como un hombre entre los hombres y que iba a vivir la vida de los
hombres.
Tanto las tradiciones ocultas como el Nuevo Testamento afirman que siguió al bautismo un místico acontecimiento, pues el Espíritu de Dios se posó en Jesús como una paloma, y hubo una voz de los cielos que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia».
En aquel momento quedó cumplida la misión de Juan el Bautista como precursor, porque el Maestro había aparecido para emprender su obra.
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