Ilustración: Ulises Culebro |
Dentro de cada crío hay un filósofo en potencia; la cuestión es cómo sacarlo a la luz Para ayudar a reflexionar a los más jóvenes llegan libros como 'El niño filósofo', de Jordi Nomen, un manual para enseñar a pensar
¿Por qué se acaba la vida? ¿Cómo es posible que existan los
números si no podemos tocarlos? ¿Qué ocurre cuando uno muere? ¿Es posible
demostrar si existe o no existe Dios? ¿Cómo sabemos que los perros no piensan?
¿Todos estamos al corriente de lo que está bien y de lo que está mal?
Son preguntas trascendentales, metafísicas, dignas de
sesudos pensadores y de meditabundos intelectuales. Pues bien: ahora pruebe a
leer esas mismas preguntas encabezadas por la palabra «mamá» o «papá». Sí, son
algunas de las típicas preguntas con las que muchos niños martillean a sus
progenitores. Porque dentro de cada chaval hay un filósofo en potencia. La
cuestión es sacarlo a la luz.
«Educad a los niños y no será necesario castigar a los
hombres», sentenció Pitágoras hace ya unos 2.500 años. Sin embargo, la Filosofía,
la disciplina que precisamente enseña a pensar, a cuestionar, a sacar
conclusiones, a aplicar respuestas críticas a los problemas cotidianos y, en
definitiva, a vivir de forma reflexiva no sólo se encuentra cada vez más
arrinconada en los planes de estudio. Durante mucho tiempo incluso ha estado
vetada a los más pequeños.
Ese saber que juega un papel fundamental a la hora de formar
a ciudadanos comprometidos, con juicio propio y que no sean idiotas (los
griegos llamaban idiotés a quienes no participaban en los asuntos
públicos y carecían de pensamiento crítico) tradicionalmente ha sido
considerado como una materia demasiado abstracta y demasiado obtusa para los
críos, una forma de conocimiento apta sólo para las mentes plenamente
desarrolladas de los adultos. El suizo Jean Piaget, famoso por sus
estudios sobre la infancia, consideraba por ejemplo que hasta los 11 o 12 años
los niños no eran capaces de desarrollar el pensamiento crítico.
Craso error. No es así.
Los más pequeños no sólo pueden filosofar, sino que en
opinión de numerosos expertos deben hacerlo. Tienen que hacerlo.
Ya lo decía Matthew Lipman, un filósofo y educador
estadounidense que hasta su muerte hace siete años fue uno de los grandes
defensores de las ventajas que la Filosofía puede aportar a los más pequeños y
al bien común. Tan fervientemente creía en los beneficios de la Filosofía que
en los años 80 creó un programa educativo llamado Philosophy for children (Filosofía
para niños).
ES NECESARIO ENSEÑAR A LOS NIÑOS A FILOSOFAR. DE ESE MODO
APRENDERÁN A PENSAR Y PODRÁN CONSTRUIR UN MUNDO MEJOR, SER CIUDADANOS ACTIVOS Y
COMPROMETIDOS
Ese convencimiento le llevó primero a crear unos cuentos
filosóficos para niños de 11 y 12 años cuyo objetivo era enseñarles a ser
críticos, estimularles a hacerse preguntas y a tratar de respondérselas.
Durante un año, Lipman estudió el efecto de esas lecturas en los alumnos de
escuelas públicas de Montclair, en Nueva Jersey. El resultado mostraba que los
beneficios de filosofar se veían reflejados en todas las áreas del
conocimiento. Porque, en palabras del propio Lipman, «la Filosofía es por
excelencia la disciplina que plantea las preguntas genéricas que pueden
servirnos de introducción a otras disciplinas y prepararnos para pensar en las
demás disciplinas».
Philosophy for children se fue ampliando poco a poco,
con nuevos libros para enseñar a los críos a filosofar y también con manuales
para los profesores en los que se les explicaba cómo poner en práctica el
proyecto. En vista de sus exitosos resultados, en 1986 el Departamento de
Educación de Estados Unidos reconoció los beneficios de Philosophy for
children, y desde entonces lo subvenciona. Hoy, el proyecto de Lipman está
presente en 40 países.
La pregunta es: ¿cómo demonios se enseña a filosofar a
los críos?
A esa peliaguda cuestión trata de responder El niño
filósofo, un delicioso libro firmado por Jordi Nomen, profesor de
Filosofía y uno de los cerebros detrás de la escuela Sadako de Barcelona, uno
de los centros educativos más influyentes e innovadores de España. El libro,
publicado por la editorial Arpa, es un manual práctico para ayudar a padres y
educadores a enseñar a filosofar a críos de entre 9 y 12 años.
«Es necesario enseñar a los niños a filosofar. De ese modo aprenderán
a pensar, podrán construir un mundo mejor, participar activamente en un
proyecto común, podrán ser ciudadanos activos y comprometidos, capaces de
separar la verdad de la mentira en estos tiempos en los que resulta difícil, en
estos tiempos de falsas promesas. Para contribuir al bien común, tenemos que
poder pensar de manera lúcida y creativa, filosófica. Y eso es algo que o se
aprende en edad escolar o no se aprende», asegura Jordi Nomen.
Estimular el pensamiento filosófico en los pequeños no
resulta en principio complicado. Al fin y al cabo los niños llegan al mundo con
una curiosidad insaciable y una enorme capacidad de admirar lo que descubren.
«Dos cualidades filosóficas», señala Jordi Nomen. Se trata de estimularles, de
abrirles una ventana diferente para contemplar el mundo: la de la mirada
filosófica.
FILOSOFAR AHORA ES MÁS DIFÍCIL QUE NUNCA. EXIGE PRESTAR
ATENCIÓN AL OTRO, TIEMPO PARA REFLEXIONAR Y PROFUNDIZAR. EN ESTA SOCIEDAD DE LA
INMEDIATEZ RESULTA COMPLICADO
Uno de los modos de enseñarles a filosofar es devolverles
algunas de esas preguntas con las que con frecuencia acribillan a los mayores.
Por ejemplo, ante un «papá, ¿qué sentido tiene vivir sabiendo que al final
todos vamos a morir?» se puede responder con «¿tú por qué crees?» y, a partir
de ahí, establecer un diálogo. Pero Nomen apuesta, sobre todo, por tres
herramientas para enseñar a los niños a reflexionar: los cuentos, los
juegos y el arte.
Evidentemente, los adultos deben simplificar su lenguaje al
enseñar a los niños a filosofar. «Pero eso no significa obviar el rigor y la
precisión», señala Nomen, subrayando que también es necesario que sean los
propios niños los que descubran los presupuestos de las ideas y lo que
implican. Y, para ello, es imprescindible que los adultos adopten una posición
neutral y dejen a los críos expresarse libremente. Pero vigilando siempre que
los pequeños sean respetuosos con las ideas de los demás.
El problema es que no basta con que los padres y educadores
tengan espíritu crítico para poder enseñar a filosofar a los niños: deben ellos
mismos ejercitarse en esa práctica, saber hacer las preguntas adecuadas.
El niño filósofo es, en ese sentido, un libro
enormemente útil y práctico. Nomen pone a disposición de padres y educadores un
total de 12 grandes preguntas que a lo largo de la historia 12 grandes
filósofos occidentales se han planteado, incluyendo la respuesta que daban a
las mismas. Platón nos adentra por ejemplo en la duda trascendental
de si debemos actuar con la cabeza o con el corazón. A través de Séneca,
podemos explorar si hay que tener miedo a la muerte. Qué es el mal encuentra
respuesta en Hannah Arendt. Y de la mano de Nietzsche se puede
comprender el valor de la creatividad.
Pero Nomen no sólo ofrece esas 12 preguntas trascendentales
y la respuesta que a cada una de ellas da un importante filósofo. También
brinda un cuento con el que poder explorar junto a los niños todas esas cuestiones
y las pautas para, a partir de ahí, poder establecer un diálogo con ellos,
chivándoles algunas de las preguntas que pueden dirigir a los pequeños para
hacerles pensar.
Para adentrarse, por ejemplo, en el pensamiento de Erich
Fromm, Jordi Nomen da la vuelta al cuento de Caperucita roja y lo
transforma en un relato maravilloso: La historia de Caperucita contada por
el lobo, en la que el animal denostado durante generaciones y generaciones por
fin cuenta su versión de los hechos y se presenta a sí mismo como víctima en
lugar de como agresor. Ese cuento al revés sirve para plantear a los críos
cuestiones como «¿por qué crees que la versión del lobo no ha llegado hasta
ahora y la de Caperucita sí?» o «¿cómo se construye la verdad?».
Nomen también ofrece un juego y una actividad artística para
proponer a los niños, relacionados los dos con el tema que se está tratando. Y
así con cada una de las 12 cuestiones, con cada uno de los 12 filósofos que
propone.
El caso es que filosofar en tiempos de internet y de redes
sociales, cuando todo son distracciones, se ha convertido en algo muy
complicado. «Filosofar ahora es más difícil que nunca. La actitud filosófica,
el diálogo filosófico, exige prestar atención al otro, tiempo para reflexionar,
para pensar, para profundizar. Y en esta sociedad de la inmediatez, de lo
rápido, eso cada vez resulta más y más difícil», asegura Nomen, quien, como
jefe del departamento de Humanidades de la escuela Sadako, tampoco oculta su
indignación ante el relego cada vez mayor de la Filosofía en los planes de
estudio.
«Me da la sensación de que algunos no quieren que pensemos
por nosotros mismos, no quieren que seamos capaces de descubrir las mentiras y
las falacias. Y la mejor manera de lograrlo es arrinconando las asignaturas de
tipo humanístico, la Filosofía, pero también la Historia, la Literatura... Esas
son materias que deben estar en el currículo porque nos hacen mejores
ciudadanos», sentencia.
Fuente: EL MUNDO