viernes, 9 de junio de 2023

EXTRACTO DE LA OBRA: LAS CLAVES PERDIDAS DE LA FRANCMASONERÍA POR MANLY. P. HALL

MASONES, ¡DESPERTAD!
exigen la santificación de vuestra vida, la regeneración del cuerpo,
la purificación del alma y la ordenación de vuestro espíritu.
Vuestra es la gloriosa oportunidad;
vuestra la trascendental responsabilidad.
Aceptad la tarea y seguid los pasos de los Maestros
Masones que en el pasado, con el flamígero espíritu de la
Orden, han iluminado el mundo.
Tenéis un gran privilegio,
el privilegio de la obra iluminada.
Conocéis los objetivos para los cuales trabajáis,
mientras muchos otros, los más,
luchan todavía en las tinieblas.
Vuestros trabajos no deben confinarse únicamente a la Logia,
porque el Masón debe irradiar las cualidades de la Orden.
Su luz debe brillar en el hogar y los negocios,
glorificando así su asociación con sus semejantes.
                    En la Logia y fuera de ella,
el Masón debe representar la más
elevada fructificación del esfuerzo sincero y ser modelo
de fe y constancia en toda labo

Vuestro credo y la Orden reclaman lo mejor de vosotros;



EL CANDIDATO

Hay un periodo en el desarrollo de toda cosa individual viviente en que el ser se da cuenta, con naciente conciencia, de que es un prisionero. Aunque aparentemente libre de moverse y desenvolver su personalidad, la fugaz vida reconoce, por medios cada vez mayores sus propias limitaciones. En ese instante es cuando el hombre clama con más insistencia que nunca por su liberación de las opresivas ataduras que, aun cuando invisibles para los ojos mortales, lo siguen encadenando con servidumbres muchísimo peores que las de cualquier cárcel material. Muchos han leído, sin duda, el relato del prisionero de Chillón, quien paseaba de arriba abajo, dentro de los estrechos confines de su celda, mientras que las azules aguas se agitaban sin cesar sobre su cabeza, y el único ruido que rompía el silencio de su eterna noche era el constante chapoteo de las filtraciones. Compadecemos al prisionero en su prisión material, y nos entristecemos hasta lo más íntimo del corazón, puesto que sabemos cuán ardientemente la vida ama la libertad. Pero hay un prisionero cuya pena es mucho peor que, las terrenales. No tiene siquiera los estrechos confines de una celda en torno suyo, pues no puede, por lo menos, pasear incesantemente, de arriba abajo y tejer surcos sobre los guijarros de su inmundo suelo. 

     Ese eterno prisionero es la Vida, encarnada en los sombríos y pétreos muros de la materia, sin que un solo rayo ilumine la negrura de su destino. Eternamente lucha, entre los negros ámbitos de tenebrosos muros, pidiendo luz y una oportunidad de inspiración. Ese es el eterno Prisionero que, a través de las infinitas etapas de desarrollo cósmico, a través de innumerables formas y desconocidas especies, pugna eternamente por liberarse a sí y conquistar la libertad de expresarse a sí mismo, derecho natural que toda creatura posee. Siempre en espera del día en que, irguiéndose sobre las rocas que por ahora cierran su informe tumba, pueda alzar los brazos al cielo, sumergirse en el resplandor celeste de la libertad espiritual, ser libre de unirse a los burbujeantes átomos y danzar alegremente, después de romper las cadenas de su prisión y de su tumba.
     En torno de la Vida, ese maravilloso germen que hay en el corazón de toda creatura, ese sagrado Prisionero en Su lóbrega celda, ese Maestro Constructor yacente en el sepulcro de la materia, se ha levantado la maravillosa leyenda del Santo Sepulcro. Bajo innúmeras alegorías, los filósofos místicos de todos los tiempos han perpetuado aquel trascendente relato, que, para el Gremio de los Francmasones, consiste en el místico ritual de Hiram, el Maestro Constructor, victimado en su templo por los propios obreros que lo secundaban, mientras se hallaba afanado en crear la morada de su Dios.
La tumba es la materia. La materia es el muro letal de la sustancia, aún no despierta bajo las latentes energías del Espíritu. Existe en muchas formas y grados.
No sólo en los elementos químicos que dan solidez a nuestro universo, sino en mejores y más sutiles esencias. Estas, aunque expresándose por medio de la emoción y el pensamiento, siguen siendo seres pertenecientes al mundo de la forma aun dentro de su sutilidad. Tales sustancias (o esencias) constituyen la gran cruz de la materia, que se opone al crecimiento de todas las cosas, aun cuando, por oposición, hace que dicho crecimiento sea posible. Es la gran cruz de hidrógeno, nitrógeno, oxígeno y carbono, sobre la cual hasta el germen vital del protoplasma es crucificado y sacrificado, agonizante.
     Tales sustancias son incapaces de darle una expresión adecuada. El espíritu encerrado en ellas, clama por libertad; libertad de ser, de expresar, de manifestar su verdadero puesto en el Gran Plan de la evolución cósmica. Los grandes anhelos dentro del corazón del hombre son los que lo empujan suavemente hacia las puertas del Templo; es la creciente urgencia de un mayor entendimiento y de más luz lo que da vida, merced a la ley de la necesidad, a la gran Logia cósmica, dedicada a aquellos que, buscando fundirse con los Poderes de la Luz, quieren que los muros de su prisión sean derribados. Esta envoltura no puede ser descartada; debe ser puesta en contacto, solidariamente, con la Vida. Cada átomo cristalizado, muerto, del cuerpo humano, debe ser puesto en vibración y movimiento hasta que alcance el más alto grado de conciencia.
A través de la purificación, a través del conocimiento, y a través de los servicios a sus compañeros, el candidato desarrolla consecuentemente, estas propiedades místicas, y construye mejores y más perfectos cuerpos, a través de los cuales su Vida más alta alcanza manifestaciones todavía mayores. La expresión del hombre, a través del pensamiento, la emoción y la acción constructivas, libera a lo más alto de su naturaleza de cuerpos que, a causa de su estado de cristalización, son incapaces de proporcionarle sus naturales oportunidades. En la Francmasonería, esta permanencia en la materia recibe el nombre de tumba, y representa el Santo Sepulcro de la mística leyenda.
      Es la tumba dentro de la cual yace el perdido Arquitecto, y con él, los planos del Templo y la Palabra del Maestro; y es a ese Arquitecto, nuestro Gran Maestro, a quien debemos buscar y rescatar de la muerte. Ese noble Hijo de la Luz clama en nosotros en cada expresión de la materia. Todo, todo señala su lugar de reposo, y la ramita de acacia anuncia que, a través del largo invierno de tinieblas espirituales, cuando el sol no brilla ya para el hombre, esa Luz sigue aún esperando el día de su liberación, en que cada uno de nosotros se levante hacia Él, mediante la garra o apretón de manos del Gran Maestro, la verdadera garra de un verdadero Maestro Francmasón. No podemos, cierto, oír esa Voz que clama eternamente, pero sí sentir su interno llamado. Algo grande y desconocido conmueve las fibras de nuestro corazón. A medida que avanza el tiempo, un gran deseo se intensifica en el maestro por vivir mejor y por cultivar pensamientos dignos de grandeza, moldeando en sí mismo las características del candidato que, al ser preguntado por qué emprende tal camino, pueda, en verdad, contestar, si mentalmente pudiera interpretar lo que siente: “Oigo una voz que dama a mí en la flora y en la fauna, desde las piedras, desde las nubes, desde el propio cielo.
     Cada átomo ígneo que gira y vibra en el Cosmos, clama a mí con la voz de mi Maestro.
Puedo escuchar a Hiram Abiff, mi Gran Maestro, clamando en su agonía, la agonía de la vida cubierta de tinieblas entre los muros de su prisión material, tratando de hallar la expresión que yo le había negado, pugnando por adelantar el día de la liberación de su espíritu de cuya clausura soy únicamente yo el responsable. “Mi mundo material y sus reacciones de primario nivel fueron los victimarios de mi alma irredenta”.
          Hay muchas leyendas acerca del Santo Sepulcro que, por tantos siglos, ha estado en manos infieles, y que por su errónea interpretación el mundo cristiano trató de recapturar en época de las Cruzadas. Sin embargo, pocos Francmasones aún se dan cuenta de que ese Santo Sepulcro, o tumba, es, en realidad, negación y cristalización, materia cerrada y sellada, en la que se contiene el Espíritu de Vida, que permanecería en tinieblas hasta que el progreso de cada ser individual le otorgue muros de resplandeciente oro, y trasmute en vibrante luz sus pétreos muros.
     A medida que desarrollemos más y mejor nuestros medios de expresión, esos muros se dilatarán lentamente hasta que, por fin, el Espíritu surja triunfante de su tumba y, después de bendecir los tremendos muros que lo cercaban, se eleve sobre ellos para unirse consigo mismo a niveles no por menos densos más efectivos y reales.
         Consideremos primero lo trágico de la leyenda de Hiram. Citaré tres malvados que, en los momentos en que el Arquitecto trataba de abandonar su templo, lo golpearon con sus propias herramientas hasta dejarlo examine, derribando seguidamente ese templo sobre sus propias cabezas. Simbolizan esos tres malvados las expresiones de nuestra baja naturaleza, expresiones que son los verdaderos oponentes de cuanto bueno llevamos dentro. Esos tres malhechores pueden ser llamados Ignorancia, Fanatismo y Ambición, que después de ardua labor trasmutados en Sabiduría, Tolerancia y Amor, se convierten en gloriosas vías a través de las cuales se manifestará el gran poder vital de los tres regentes, los deslumbrantes constructores de la Logia Universal, que se evidencian en este mundo como Pensamiento Espiritual, Emoción Constructiva y Útil Trabajo Cotidiano, en las variadas formas y lugares que solemos usar para llevar a cabo el trabajo de los Maestros.
     Esos tres elementos constituyen el Triángulo Flamígero a que rinde homenaje todo Francmasón; pero que pervertidos y cristalizados, sujetos aún al instinto primario, constituyen una prisión triangular a la que no puede llegar la luz y en donde la Vida languidece entre las tinieblas de la ignorancia, hasta que el hombre mismo, por medio de lo más alto de su entendimiento, logra poner en libertad el poder y las energías que, por cierto, son solidez y gloria del Ser que nos dio la luz.
     Ahora, permítasenos analizar de qué manera aquellos tres refulgentes reyes de la aurora se convirtieron, gracias a la perversión e interpretación que de sus manifestaciones hace el hombre, en los delincuentes que asesinaron a Hiram -las dinámicas potencias del cosmos que circulan por las venas de todo ser viviente -, tratando de hermosear y perfeccionar el templo, que ellos construirían según el plan abandonado en el cuarto de trabajo por el Gran Arquitecto del Universo.
     Primeramente, tenemos a uno de los tres reyes, o, mejor, deberíamos decir, un canal a través del cual se manifiesta: porque el rey Salomón es el poder de la mente que, cuando se corrompe, se vuelve un destructor que deshace los poderes que alimentan y construyen. La recta aplicación del pensamiento, cuando busca respuesta al cósmico problema del destino, liberta el espíritu del hombre que se remonta sobre lo concreto a través del maravilloso poder de la inteligencia, con sus ensueños e ideales.
      Cuando el pensamiento del hombre agita las alas de la inspiración, cuando destruye las tinieblas de la ignorancia con la fuerza de la razón y de la lógica, entonces, ciertamente, todo el ser se ve liberado de su miseria, y se inunda de luz, bañándose en las aguas del poder y de la vida. Esa luz nos permite investigar con mayor claridad el misterio de la creación y hallar, con la mayor certidumbre, nuestro puesto en el Gran Plan, puesto que a medida que el hombre desarrolla sus cuerpos adquiere mayores talentos con los cuales le es posible explorar los Misterios de la Naturaleza y ahondar en la búsqueda de las ocultas obras de la Divinidad.
     El Constructor es liberado por medio de tales poderes y su conciencia continúa adelante, de conquista en conquista. Esos altos ideales, esos espirituales conceptos, esas aplicaciones altruistas, filantrópicas y educadoras del poder del pensamiento, glorifican al Constructor. Porque ellas proporcionan el poder de expresar, sea en pensamiento, sea en palabras, sea en acción, y todo el que puede expresarse por sí mismo es, desde ese instante, libre. Cuando el hombre puede moldear sus pensamientos, sus emociones y sus más altos ideales, entonces él es la libertad, porque la ignorancia representa las tinieblas del Caos, mientras que el conocimiento es la luz del Cosmos.
    A pesar de que muchos de nosotros vivimos, aparentemente, para satisfacer los deseos primarios del cuerpo como servidores de lo más bajo de la naturaleza, siempre queda en cada uno un poder latente y perdurable, una verdad desconocida. Ese poder vive, en esta condición, acaso por eternidades, pero durante nuestro crecimiento suele surgir con gran anhelo de manifestación en el momento en que descubrimos que la satisfacción del placer de los sentidos es eternamente fugaz, efímera e insatisfactoria, y nos examinamos a nosotros mismos comenzando a darnos cuenta de que existen mayores alicientes para nuestro ser. A veces es la razón, a veces el sufrimiento, a veces un profundo deseo de ser útiles, lo que hace que se manifiesten esos poderes latentes, lo cual patentiza que un gran sueño en medio de las sombras está a punto de tomar el camino de la Luz.
     Después de haber vivido todas las experiencias, el hombre aprende a darse cuenta de que todas las manifestaciones del ser, todas esas variadas experiencias a través de las cuales pasa, son pasos que conducen a una sola dirección que, consciente o inconscientemente, todas las almas son dirigidas hacia el pórtico del Templo en donde, por vez primera, ven y comprueban la gloria de la Divinidad.
  Es entonces cuando se comprende la alegoría gloriosa del martirizado Constructor, y se siente el poder dentro de uno mismo, clamando contra la cárcel de la materia. Nada tiene ya importancia desde entonces y sin consideración a precio y sacrificio y aun sufriendo el vilipendio del mundo, asciende el candidato lentamente las gradas del Templo eterno. Él conoce la razón que rige al Cosmos, no conoce las leyes que moldean su ser, pero sabe que en alguna parte, tras el velo de la humana ignorancia, hay una luz eterna hacia la cual debemos acercarnos, paso a paso. Con los ojos fijos en el cielo, allá arriba, y las manos juntas en plegaria, sube lentamente las gradas como candidato. Temeroso, temblando todavía por la divina comprobación de lo bueno, llama a la puerta y aguarda, en silencio, la respuesta que vendrá desde el interior.

miércoles, 10 de mayo de 2023

LA MANDRAGORA

Mandrágora – Planta cuya raíz tiene forma humana. En Ocultismo es utilizada por los magos negros para varios fines ilícitos, y algunos de los ocultistas “de la mano izquierda” hacen homúnculos con ella. Según la creencia vul
gar, lanza gritos cuando se la arranca del suelo. [La Mandrágora, de que se habla en el Génesis (XXX, 1 siguientes), es una planta cuyas raíces son carnosas, peludas y ahorquilladas, representando toscamente los miembros del cuerpo y hasta la cabeza de un hombre. Sus mágicas y misteriosas virtudes se han proclamado en la fábula y en el drama desde los tiempos más remotos. Desde Raquel y Lea, que con ella se entregaron a la hechicería, hasta Shakespeare, que habla de sus espeluznantes chillidos, la mandrágora ha sido la planta mágica por excelencia. }

Estas raíces no tienen aparentemente tallo, y de su cabeza brotan grandes hojas, como una gigantesca mata de cabello. Presentan poca semejanza con el hombre cuando se las encuentra en España, Italia, Asia Menor o Siria; pero en la isla de Candía y en Caramania, cerca de la ciudad de Adán, tienen una forma humana que asombra y son sumamente apreciadas como amuletos. También las llevan las mujeres a guisa de amuleto contra la esterilidad y otros fines diversos. Son especialmente eficaces en la magia negra. (Doctr. Secr., II, 30). Los antiguos germanos veneraban como dioses lares unos feos y disformes ídolos a modo de pequeñas figuras fabricadas con la raíz de la mandrágora, y de ahí su nombre de alrunes, derivado de la voz alemana Alraune (mandrágoras). Aquellos que tenían en su casa una de tales figuritas se creían felices, puesto que ellas velaban por la casa y sus moradores preservándolos de todo mal, y predecían el porvenir emitiendo ciertos sonidos o voces. El poseedor de una mandrágora, además, obtenía por su influencia cuantiosos bienes y riquezas. 

H.B Blavastky

lunes, 17 de abril de 2023

¿QUIEN FUE PROMETEO?

Desvelando el significado del mito

Prometeo (Gr.) – El Logos griego; el que, aportando a la tierra el fuego divino (la inteligencia y la conciencia), dotó a los hombres de razón y entendimiento. Prometeo es el tipo helénico de nuestros Kumâras o Egos, aquellos que, encarnándose en hombres, hicieron de ellos dioses latentes en lugar de animales. Los dioses (o Elohim) se oponían a que los hombres llegaran a ser “como uno de nosotros” (Génesis, III, 22) y conociesen “el bien y el mal”. Por esta razón vemos en todas las leyendas religiosas que estos dioses castigan al hombre por su afán de saber. Como expresa el mito griego, por haber robado del cielo el fuego que aportó a los hombres, Prometeo fué encadenado por orden de Zeus a una roca de los montes Caucásicos. 

  [El mito del titán Prometeo tiene su origen en la India, y en la antigüedad era el más grande y misterioso por su significado. La alegoría del fuego de Prometeo es otra versión de la rebelión de Lucifer, que fué precipitado al “abismo sin fondo” (nuestra Tierra) para vivir como hombre. Ocioso es decir que la Iglesia ha hecho de él el Ángel caído. Prometeo es un símbolo y una personificación de toda la humanidad en relación con un suceso que ocurrió durante su niñez, o sea al “Bautismo por el Fuego”, lo cual es un misterio dentro del gran Misterio prometeico (Doctr. Secr., III, 331). –"El titán en cuestión, dador del Fuego y de la Luz, representa aquella clase de Devas o dioses creadores, Agnichvâttas, Kumâras y otros divinos, “Hijos de la Llama de la Sabiduría”, salvadores de la humanidad, que tanto trabajaron en lo relativo al hombre puramente espiritual. (Id., II, 99). Prometeo roba el Fuego divino para permitir que los hombres procedan de un modo consciente en la senda de la evolución espiritual transformando así el más perfecto de los animales de la tierra en un dios potencial y haciéndole libre de “tomar por la violencia el reino de los cielos”. De ahí la maldición que Zeus (Júpiter) lanzó contra el rebelde titán. Encadenado a una roca, Zeus lo castigó enviándole un buitre que sin cesar le iba devorando las entrañas (alegoría de los apetitos  y concupiscencias), hasta que Hércules, al fin, le libró de tan cruel suplicio. Es un dios filántropo y gran bienhechor de la humanidad, a la cual elevó hasta la civilización y a la que inició en el conocimiento de todas las artes; es el aspecto divino del Manas que tiende hacia el Buddhi y se funde con él. (Id., II, 438). Es también el Pramantha personificado, y tiene su prototipo en el divino personaje Mâtarizvan, estrechamente asociado con Agni, el dios del fuego de los Vedas. (Id., II, 431)– El nombre Prometeo significa: “que ve el porvenir”, “previsor”. – Véase: Mâtarizvan, Pramantha, etc.].

  Mâtarizvan (Mâtarishvâ) (Sánsc.) – Un ser aéreo representado en el Rig–veda aportando de lo alto o produciendo fuego (agni) para los Bhrigus, que son designados con el nombre de “Consumidores”, y son descritos por los orientalistas como “una clase de seres míticos pertenecientes a la clase media o aérea de dioses”. En Ocultismo, los Bhrigus son simplemente las “Salamandras” de los rosacruces y cabalistas. [Mâtarizvan: divino personaje estrechamente asociado con Agni, dios del fuego de los Vedas. (Doctr. Secr., II, 431 ). – Literalmente: “el que duerme en el espacio”. Este término se aplica al Prâna, en el sentido de que desempeña las funciones de registrar los actos de los hombres. (Râma Prasâd). Algunos autores suponen que es el viento en general, y en el Diccionario de Burnouf se dice que es el nombre del jefe de los cuarenta y ocho Maruts que rodean el carro de Indra. – Véase: Prometeo].

  Pramantha (Sánsc.) – Un accesorio para producir el fuego sagrado mediante la frotación. Los palos utilizados por los brahmines para encender fuego por medio de la fricción. [Uno de los dos aranî. (Véase esta palabra)].

  Aranî (Sánsc) – El “Aranî femenino” es un nombre del Aditi védico (esotéricamente “la matriz del mundo”). El Aranî es un swastika, disco de madera con un hueco central, en el que los brahmines producen fuego por medio de la fricción con el pramantha, un palo, símbolo del macho generador. Es una ceremonia mística de vastísima significación oculta y muy sagrada, que el grosero materialismo de nuestro siglo ha corrompido dándole significado fálico

martes, 7 de marzo de 2023

¿QUE SON LOS INCUBOS Y SUCUBOS?


Súcubos – (Del latín succuba, que está acostado debajo). En la literatura oculta de la Edad media figuran muchos casos de íncubos y súcubos, algunos de los cuales se han aparecido de un modo visible y tangible; otros, aunque invisibles, fueron tocados y sentidos. Estos casos son al presente mucho más numerosos de lo que generalmente se cree. Pero estos espíritus pueden “materializarse” sólo cuando concurren las condiciones indispensables. Así es que únicamente son sentidos durante un estado de enfermedad, y desaparecen cuando el paciente recobra la salud, porque de una constitución sana no pueden extraer los elementos necesarios para su materialización. Los íncubos y súcubos son, pues, producto de un estado física y moralmente enfermo. La imaginación morbosa crea una imagen, la voluntad de la persona la hace objetiva, y el aura nerviosa puede hacerla substancial a la vista y al tacto. Además, una vez creada la imagen, ésta atrae hacia sí misma influencias correspondientes del alma del mundo.
(F. Harmann, Los Elementales).

  Los Incubos (Incubus, en latín) – Es algo más real y peligroso que la significación ordinaria que se da a dicha palabra, o sea a la “pesadilla”. El íncubus es el elemento masculino, y la súccuba es el femenino, y éstos son sin disputa alguna los fantasmas de la demonología medieval, evocados de las regiones invisibles por la pasión y concupiscencia humanas. Actualmente se los denomina “Espíritus–esposas” y “Espíritus–esposos” entre algunos médium e ignorantes espiritistas. Pero ambos nombres poéticos no impiden en lo más mínimo a dichos fantasmas ser lo que son en realidad: gules, vampiros y elementales sin alma; informes centros de vida, desprovistos de sentido, en una palabra: protoplasmas subjetivos cuando se los deja tranquilos, pero son introducidos en un ser y forma definidos por la creadora y enferma imaginación de ciertos mortales. Fueron conocidos en todos los países y en todas las edades, y los indos pueden hacer más de un horripilante relato de los dramas representados en la vida de jóvenes estudiantes y místicos por los pizâchas, como se los llama en la India. [Incubos y Súcubos: 1º Parásitos machos y hembras que se desarrollan en los elementos astrales del hombre o de la mujer a consecuencia de una imaginación lasciva. 2º Formas astrales de personas difuntas (elementarios), que de un modo consciente o instintivo son atraídas a los lujuriosos, manifestando su presencia en forma tangible, pero invisible, y que tienen comercio carnal con sus víctimas. 3º Los cuerpos astrales de hechiceros y brujas que visitan a hombres y mujeres para fines inmorales. El íncubo es macho, y el súcubo hembra. (P. Hartmann)]. 

  Pizâchas (Pisâchas) (Sánsc.) – Según los Purânas, son demonios o malos genios creados por Brahmá. Según la creencia popular del Sur de la India, son espíritus, fantasmas, demonios, larvas y vampiros, generalmente hembras (Pizáchî], que se aparecen a los hombres. Deleznables restos de seres humanos que residen en el Kamaloka, a manera de cascarones y elementarios. [Orden inferior de demonios o genios maléficos, sedientos de sangre, y que participan de la naturaleza de los râkchasas, aunque inferiores a éstos. – Véase: Kâmarûpa o Incubos].

Glosario Teosofico

martes, 7 de febrero de 2023

¿Quiénes eran los esenios?

 

Eran los esenios una oculta   fraternidad hebrea ya existente desde muchos siglos antes de la época de Juan. Tenían su sede en la costa oriental del Mar Muerto, aunque su influencia se extendía por toda Palestina y en todos los desiertos moraban sus ascéticos hermanos. Muy estrecha era la regla de la Orden y sus ritos y ceremonias de muy superior grado oculto y místico. El neófito había de pasar un año de postulante y después dos de noviciado antes de profesor. Necesitaba pasar algún tiempo para ascender de grado y para los superiores se exigía además del tiempo, positivo conocimiento, poder y obras concretas. Como en todas las genuinas órdenes ocultas, el candidato debía «lograr su propia salvación», pues de nada absolutamente valían el favor ni el dinero. Tanto el neófito como el iniciado y el maestro de grado superior debían absoluta obediencia a las reglas de la Orden, absoluta pobreza de bienes materiales y absoluta continencia sexual. Así se comprende la repugnancia que las solicitaciones amorosas de Salomé inspiraron a Juan, quien prefirió perder la vida antes de romper los votos de su Orden. Una de las ceremonias de los esenios era el bautismo, que literalmente significaba «inmersión en agua», y se administraba a los novicios con solemne ritual. 

   El místico significado de la ceremonia, que aún hoy comprenden todas las órdenes ocultas, formaba parte del ritual de los esenios, como peculiar característica de su orden. La práctica del bautismo por Juan durante su ministerio y su posterior adopción por la Iglesia cristiana, aunque hoy día se ha substituido por el derrame del agua en sólo la cabeza del niño, constituye un evidente enlace entre los esenios y el cristianismo, en el que imprime firmemente el sello del misticismo y ocultismo, a pesar de que la generalidad de las gentes no lo admitan, llevadas de su ignorancia y materialistas
propensiones. 

    Los esenios creían y enseñaban la doctrina de la reencarnación, la inmanencia de Dios y muchas otras verdades ocultas, cuyas huellas aparecen constantemente en las enseñanzas cristianas según veremos en el transcurso de estas lecciones. Por mediación de su egregio hermano Juan el Bautista, la Orden transmitió sus enseñanzas a la primitiva Iglesia cristiana, injertándose así permanentemente en una nueva planta religiosa que a la sazón aparecía en el escenario del mundo. Y aún existen las ramas injertadas. Desde luego que la verídica historia de la real conexión entre los esenios y el cristianismo sólo se puede hallar en las tradiciones de los esenios y otras antiguas órdenes místicas. Muchas de estas tradiciones no se han impreso jamás, sino que se han ido transmitiendo de maestro a discípulo en el transcurso de los siglos hasta nuestros días entre las fraternidades ocultas. Mas para demostrar que nada afirmamos sin evidente comprobación, remitimos al lector a la Nueva Enciclopedia Internacional, que en el artículo «Esenios» dice así:
«Es una interesantísima cuestión averiguar cuánto debe el cristianismo a los esenios. Parece que hubo motivo de definido con, tacto entre Juan el Bautista y dicha Fraternidad, pues se preparó en el desierto cercano al Mar Muerto. Su predicación sobre la rectitud de conducta y la justicia respecto del prójimo eran enseñanzas esenias, así como su insistencia acerca del bautismo estaba de acuerdo con la
importancia que los esenios daban a las purificaciones.»
El mismo artículo dice que la fraternidad de los esenios enseñaba una cierta opinión relativa al origen, actual estado y futuro destino del alma, a la que consideraban preexistente y encerrada en el cuerpo como en una cárcel. Juan salió del desierto cuando contaba unos treinta años de edad, dando comienzo a su ministerio que ejerció durante algunos años, hasta su decapitación por orden de Herodes. Reunió en su tomo numerosa multitud, compuesta en un principio de gentes de clase humilde, pero que más adelante contuvo personas de las clases altas de la sociedad. Con sus más adelantados oyentes formó un cuerpo de discípulos con reglas referentes al ayuno, el culto, el ceremonial, el rito, etc., análogas a los que observaban los esenios. Esta corporación subsistió hasta la muerte de Juan, y entonces se fusionó con los discípulos de Jesús y tuvo señalada influencia en la primitiva Iglesia cristiana.
Según dijimos, uno de los principales requisitos que exigía Juan de sus discípulos, era el bautismo, el rito esenio, del cual derivó el familiar apelativo de «Bautista». Pero conviene recordar que para Juan era el bautismo una sacratísima, mística y simbólica ceremonia cuyo profundo significado oculto no comprendían muchos de los que a él acudían con fervorosa emoción religiosa y lo consideraban ingenuamente como una ceremonia mágica que «lavaba los pecados de su alma», como lavaba la suciedad de sus cuerpos; creencia que aún parece predominar entre la multitud. Juan trabajaba diligentemente en su misión, y los «bautistas» o «discípulos de Johanan», como ellos se llamaban, aumentaron rápidamente. 

Sus reuniones eran acontecimientos muy emocionantes para los millares de gentes que se congregaban de toda Palestina para ver y oír al profeta del desierto, al esenio que había salido de su retraimiento. En sus reuniones solían acontecer cosas extrañas, como con, versiones repentinas, visiones, éxtasis, etc., y algunos aducían desacostumbrados poderes y facultades. Pero un día se celebró una reunión que iba a tener fama mundial. Fue el día en que se acercó a Juan el Bautista el MAESTRO, de cuya venida había recibido Juan frecuentes anuncios y promesas. JESÚS EL CRISTO apareció en escena y encaróse con su precursor. La tradición refiere que Jesús llegó sin anunciarse y sin que ni Juan ni las gentes lo reconocieran. El Precursor ignoraba la índole y grado de su huésped y solicitante del Bautismo. Aunque eran primos, no se habían vuelto a ver desde la niñez, y de pronto no reconoció Juan a Jesús. Las tradiciones de las órdenes místicas añaden que entonces dio Jesús a Juan los varios signos de las ocultas fraternidades a que ambos pertenecían, empezando por los signos del grado inferior y siguiendo hasta uno que aún no poseía Juan, a pesar de tenerlo muy alto entre los esenios. De ello infirió Juan que no era aquel hombre un vulgar solicitante de bautismo, sino, por el contrario, un adepto místico de muy alto grado, un Maestro oculto superior a él en categoría y evolución. Entonces le dijo Juan a Jesús que no era propio ni estaba de acuerdo con las costumbres de las fraternidades que el inferior bautizase al superior. El Nuevo Testamento se refiere a este suceso en las palabras siguientes: «Mas Juan se le oponía, diciendo: Yo necesito ser bautizado por ti ¿y tú vienes a mí?»
(Mateo 3, 14).
Pero Jesús insistió en que Juan lo bautizase, diciendo que quería pasar por aquella ceremonia con objeto de estampar en ella su aprobación y demostrar que se consideraba como un hombre entre los hombres y que iba a vivir la vida de los
hombres. 

   Tanto las tradiciones ocultas como el Nuevo Testamento afirman que siguió al bautismo un místico acontecimiento, pues el Espíritu de Dios se posó en Jesús como una paloma, y hubo una voz de los cielos que decía: «Este es mi Hijo amado, en quien tengo complacencia».
En aquel momento quedó cumplida la misión de Juan el Bautista como precursor, porque el Maestro había aparecido para emprender su obra.

Extracto del libro: CRISTIANISMO MÍSTICO
Las Enseñanzas Internas del Maestro
Yogi Ramacharaka

jueves, 26 de enero de 2023

¿QUE SON LOS MITOS?

                                       Mito (Mythos, en griego)

Comúnmente se entiende por mito una fábula o ficción alegórica qué encierra en el fondo una verdad generalmente de orden espiritual, moral o religioso. Pero hay que tener en cuenta que los antiguos escritores daban a la voz mythos el significado de tradición, palabra, relato, rumor público, etc., y que la palabra latina fábula era sinónima de alguna cosa dicha, como sucedida en tiempos prehistóricos, y no necesariamente una ficción o invención. 
     
  Los mitos tienen una doble significación. Muchos de ellos van resultando realidades, y la mayor parte no son invenciones, sino transformaciones, puesto que tienen por punto de partida hechos reales. Los mitos –dice muy atinadamente Pococke– está ahora probado que son fábulas en la misma proporción en que los comprendemos mal, y son verdades en la proporción en que se les comprendía en otro tiempo. Los mitos han tenido y tienen aún, para las masas populares, el valor de dogmas y realidades, y constituyen la base de las religiones exotéricas. ¡De dónde viene –dice Eugenio Talbot– ese consentimiento unánime y persistente en unas creencias fundadas en el error? De esta ley lógica e indiscutible de que “todo error tiene su base en la verdad”. 
       En otras palabras, como lo ha comprendido tan bien Otfried Müller, los mitos no son la consecuencia elaborada de un sistema, sino una creación espontánea, irreflexiva y repentina del espíritu humano en su infancia; el mito es el antípoda de la abstracción. Nada tiene, pues, de sorprendente que la masa de la humanidad siga aferrada en todos tiempos al mito; éste forma parte de ella misma, y cuando la humanidad llega a la edad adulta no puede renegar de las creencias de su cuna. Los modernos estudios de Mitología comparada han aportado muchísima luz sobre la génesis del mundo, del hombre y de los dioses, así como sobre la historia y evolución de las principales religiones del globo. Para todo hombre pensador es de suma importancia examinar con la mayor atención los mitos bajo todos sus aspectos, aplicándoles cada una de las siete claves y descubrir las verdades trascendentales ocultas en el fondo de tales ficciones.

Extracto del glosario Teosófico 

jueves, 19 de enero de 2023

La verdad sobre la reencarnación

Reencarnación – Es la doctrina del renacimiento, en la cual creían Jesús y los apóstoles, lo mismo que toda la gente de aquellos tiempos, pero negada ahora por los cristianos que no parecen comprender la doctrina de sus propios evangelios, puesto que la Reencarnación es enseñada claramente en la Biblia, como lo es en todas las demás escrituras antiguas]. 

    Todos los egipcios convertidos al Cristianismo, los Padres de la Iglesia y otros creían en dicha doctrina, como lo prueban los escritos de varios de ellos. En los símbolos todavía existentes, el ave con cabeza humana que vuela hacia una momia, un cuerpo, o “el alma que se une con su sahou, (el cuerpo glorificado del Ego, y también la envoltura Kâmalókica)”, es una prueba de esta creencia. “El Canto de Resurrección” que entona Isis para hacer volver a la vida a su difunto esposo podría traducirse “Canto de Renacimiento”, puesto que Osiris es la Humanidad colectiva. “¡Oh! Osiris (aquí sigue el nombre de la momia osirificada, o sea el difunto), levántate de nuevo en la santa tierra (materia), augusta momia que yaces en el féretro, bajo tus substancias corpóreas”; he aquí la oración funeraria que pronunciaba el sacerdote egipcio ante el difunto. La palabra “resurrección”, entre los egipcios, nunca significó la resurrección de la mutilada momia, sino del Alma que la animaba, el Ego en un nuevo cuerpo. El hecho de revestirse periódicamente de carne el Alma o el Ego era una creencia universal; ninguna cosa puede estar más de acuerdo con la justicia y la ley kármica. 

   
La Reencarnación es llamada también palingenesia, metempsícosis, transmigración de las almas, etc., y como indican estos nombres, enseña esta doctrina que el Alma, el principio viviente, el Ego o parte inmortal del hombre, después de la muerte del cuerpo en que residía, pasa sucesivamente a otros cuerpos, de suerte que para un mismo individuo hay una pluralidad de existencias, o mejor dicho, una existencia única de duración ilimitada, con períodos alternativos de vida objetiva y vida subjetiva, de actividad y reposo, comúnmente llamados “vida” y “muerte”, comparables en cierto modo a los períodos de vigilia y de sueño de la vida terrestre; cada una de estas existencias en la tierra es, por decirlo así, un día de la Gran Vida individual. Mediante el proceso de la Reencarnación, la entidad individual e imperecedera, la Tríada superior, transmigra de un cuerpo a otro, se reviste de nuevas y sucesivas formas o personalidades transitorias, recorriendo así en el curso de su evolución, una tras otra, todas las fases de la existencia condicionada en los diversos reinos de la Naturaleza, con el objeto de ir atesorando las experiencias relacionadas con las condiciones de vida inherentes a ellas, como atesora el estudiante diversos conocimientos y experiencias en cada uno de los cursos de su vida universitaria; hasta que, una vez terminado el ciclo de renacimientos, agotadas todas las experiencias y adquirida la plena perfección del Ser, el Espíritu individual, libre por completo de todas las trabas de la materia, alcanza la Liberación y vuelve a su punto de origen, abismándose de nuevo en el seno del Espíritu universal, como gota de agua en el inmenso océano. 

    La filosofía esotérica afirma, pues, la existencia de un principio imperecedero e individualizado que habita y anima el cuerpo del hombre, y que, a la muerte de este cuerpo, pasa a encarnarse en otro cuerpo después de un intervalo más o menos largo de vida subjetiva en otros planos. De este modo, las vidas corporales sucesivas se enlazan como otras tantas perlas en un hilo, siendo este hilo el principio siempre viviente, y las perlas, las numerosas y diversas existencias o vidas humanas en la tierra. En los libros exotéricos (públicos) del Oriente, se dice que el Alma transmigra de las formas humanas a los animales y puede pasar a otras formas aun inferiores (vegetales o minerales). Esta creencia ha sido generalmente aceptada, no sólo en los países orientales, sino también en Occidente entre los prosélitos o seguidores de Pitágoras y de Platón; pero todo fue expresado en un sentido alegórico y filosófico y nunca literal. La filosofía esotérica en cambio rechaza en absoluto semejante afirmación por ser irracional y porque se opone abiertamente a las leyes fundamentales de la Naturaleza.

     El Ego humano no puede encarnar sino en formas humanas, pues sólo éstas ofrecen las condiciones mediante las cuales son posibles sus funciones; no puede vivir jamás en cuerpos animales ni puede retroceder hacia el bruto porque esto sería ir contra la ley de la evolución. (Véase: Doctr. Secr., I, 208). Este falso punto de vista es un disfraz de la enseñanza esotérica, y sólo puede admitirse en sentido alegórico, de igual modo que llamamos “tigre” al hombre de crueles instintos, “zorro” al que está dotado de mucha sagacidad y astucia, etc. Cierto es que puede un hombre degradarse y llegar a ser hasta peor, moralmente, que cualquier bruto, pero no puede hacer dar vueltas a la rueda del tiempo ni hacerla girar en dirección contraria. La Naturaleza nos abre puertas delante de nosotros, pero las que dejamos atrás se cierran irresistiblemente como una cerradura de resorte para la cual no tenemos llave. (A. Besant, Reencarnación). 

    Para formarse una verdadera idea de la Reencarnación, hay que comprender bien cuál es la parte del hombre que se reencarna; de lo contrario, se expone uno a incurrir en graves errores. Desde luego, no se trata aquí del cuaternario inferior, (el alma terrenal, el hombre terrestre, personalidad)  por cuanto éste se halla constituido por principios perecederos o transitorios que sirven para un solo renacimiento o una sola personalidad terrestre; no se trata, pues, de la naturaleza animal, de la parte que el hombre tiene de común con el bruto, esto es, el cuerpo físico, el doble etéreo, el principio vital y el centro o principio de los apetitos, deseos o pasiones. Lo que verdaderamente se reencarna es la entidad individual e imperecedera del hombre, la Tríada superior, constituida por Atma–Buddhi y el Manas (mente) superior; pero como la Mónada (Atma–Buddhi) es universal y no difiere en las distintas personas o individuos, de ahí que, en realidad, lo que estrictamente puede decirse que se reencarna es el Manas, el Pensador, el Ego o verdadero Hombre, que, ennobleciendo y purificando su yo inferior, pugna por unirse a la Mónada divina. 

   La Reencarnación, doctrina que parece nueva entre nosotros a fuerza de ser antiquísima, es la creencia de las dos terceras partes, por lo menos, de la población total del globo, y ha sido aceptada sin reserva en todos los pasados siglos; en una palabra, es una verdad olvidada. En las escrituras sagradas de la mayor parte del Oriente se habla de la Reencarnación como de una doctrina que no tiene necesidad de pruebas ni demostraciones, como una de esas verdades corrientes e inconcusas que todo el mundo acepta sin examen ni discusión. En el Nuevo Testamento se encuentran varias alusiones a esta doctrina. (Mateo, XVII, 12, 13. Mareos, VI, 14–16; Juan, IX, 1, 2, etc.), y así la vemos plenamente admitida por numerosos Padres de la antigua Iglesia. (Véase: A. Besant: Compendio universal de Religión y Moral, tomo I, págs. 97 y siguientes). 

    En el mismo occidente la creencia en la Reencarnación estaba muy arraigada en la antigüedad, como lo demuestran ciertas enseñanzas de la Mitología y numerosas obras de sabios eminentes. Muchos grandes pensadores y filósofos antiguos y modernos la han admitido sin reserva, y para probarlo no hay más que citar los nombres de Pitágoras, Platón, Empédocles, Sócrates, Kant, Schopenhauer, Shakespeare, Fichte, Herder, Lessing, Shelley, Emerson, Goethe, Hegel, Ricardo Wagner, etc.; cosa que no debe extrañarnos porque la doctrina de la Reencarnación es la única que nos ofrece una explicación clara, lógica y satisfactoria de gran número de problemas y enigmas que ponen en tortura la inteligencia humana, tales como las diferencias de carácter, los diversos instintos, las tendencias innatas de diversas personas, el talento y las disposiciones naturales que presentan algunas de ellas para las ciencias y las artes; las enormes e irritantes desigualdades de nacimiento y fortuna, las aparentes injusticias que vemos a cada paso en la tierra, etc. De otro modo, la suerte feliz o desgraciada de los hombres no responde a ninguna idea de justicia, sino que depende sencillamente del mero capricho de una divinidad irresponsable o de las fuerzas ciegas de una Naturaleza sin alma. 

  De todo lo expuesto se deduce que debe existir necesariamente una causa, una ley que regule de una manera justa y precisa las condiciones de cada encarnación o existencia, y esta ley es el Karma, doctrina gemela de la Reencarnación, ley inflexible que ajusta sabia y equitativamente a cada causa su debido efecto; es el destino de cada individuo, pero no un destino ciego o caprichoso, sino el destino ineludible, absolutamente justo y estrictamente acomodado al mérito y demérito de cada uno. En virtud de la ley kármica, las buenas o malas consecuencias de todos los actos, palabras y pensamientos del hombre reaccionan sobre él con la misma fuerza con que obraron, y así es que tarde o temprano, en la presente o en venideras existencias, cada cual recoge exactamente lo mismo que ha sembrado. Nuestros deseos, nuestras aspiraciones, nuestros pensamientos, nuestros actos, son los que, por virtud de dicha ley, nos vuelven a traer repetidas veces a la vida terrestre determinando la naturaleza de nuestros renacimientos. Todas las desigualdades, todas las diferencias que vemos en la condición de las diversas personas, son hijas de los merecimientos o de las culpas de cada uno, y por lo tanto, lo que se considera generalmente como favores o crueldades de la suerte, no es en realidad otra cosa que el correspondiente y justo premio o castigo de nuestra conducta pasada. Somos nosotros mismos quienes forjamos nuestro porvenir y labramos nuestra futura felicidad o desdicha, sin que por ello podamos bendecir ni culpar a nadie más que a nosotros mismos. No somos en manera alguna esclavos de nuestro destino, sino sus dueños y creadores: el destino es inevitablemente nuestra propia y exclusiva obra. 

martes, 10 de enero de 2023

LA LEY DEL VERDADERO SACRIFICIO

Sacrificio. Es una ley tan universal en el reino del Espíritu, como lo es la ley kármica en el reino de la Materia. El Espíritu se desarrolla mediante esta ley de Sacrificio, de igual modo que evoluciona el cuerpo merced a la ley de acción y reacción llamada Karma. El espíritu vive y triunfa por el sacrificio, como prospera y evoluciona el cuerpo gracias a una actividad sabiamente dirigida. De ahí las siguientes declaraciones cuyo sentido es completamente espiritual: “Quien ama su vida, la perderá; y quien desprecia su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna” (Juan, XII, 25), y esta otra: “Más bienaventurada cosa es dar que recibir”. (Hechos, XX, 35). – 
     El sacrificio consiste en prodigar la propia vida en provecho de los demás. Esta ley, que produce el desenvolvimiento del Espíritu, es también aquella por la cual los mundos son creados y sostenidos. 

   Todas las religiones, bajo símbolos diversos, colocan al sacrificio en los comienzos de la manifestación divina. Por un acto de sacrificio espontáneo, impone el Logos un límite a su vida infinita y se hace manifiesto para la emanación del Universo. Por el sacrificio se mantiene este Universo, y finalmente, por el sacrificio el hombre alcanza la perfección. Esta efusión del Espíritu divino que da nacimiento a un universo, hace del sacrificio la ley de la Vida, y nos da a comprender que, para el Logos, el sacrificio no es algo esencial mente penoso, sino una espontánea y gozosa efusión de vida para que otros participen de ella. Para el hombre, el sacrificio no representa tampoco dolor alguno, a menos que haya desacuerdo entre la naturaleza superior, cuyo gozo consiste en dar, y la inferior, cuya satisfacción es recibir y guardar. 

     En el hombre verdaderamente espiritual, perfecto, no existe tal desacuerdo, y por lo tanto, no hay para él sacrificio doloroso por arduo y duro que sea. “Ser un portador de la luz del Logos, un mensajero de su compasión, un obrero de su reino: he aquí lo que parece ser la única vida digna de ser vivida. Acelerar la evolución humana, servir la buena Ley, aligerar una parte de la pesada carga del mundo: esto es lo que parece ser la alegría del mismo Señor”. (Sabiduría Antigua, 378). Siendo el Espíritu la emanación directa de la Vida divina, es una fuente alimentada por un manantial inagotable; cuanto más se derrama al exterior, tanto más recibe. En los mundos materiales, todo está ligado por la cadena sin fin de la causa y del efecto, viniendo a ser el efecto una nueva causa, y así sucesivamente hasta lo infinito; “el mundo está ligado por la acción” (Bhagavad–Gîtâ, III, 9), y cada acción realizada es un nuevo lazo. Pero la acción ejecutada como formando parte de la actividad divina, cuando aquel que la ejecuta no es más que el agente que nada busca y nada desea para sí mismo como un yo separado, una acción tal ofrecida como sacrificio, no liga a su autor, porque entonces es el Todo quien obra  por medio de la parte, y no la parte que obra por sí misma. La acción liga al hombre, “excepto aquella que se hace por sacrificio”. (Id., III, 9). Tal es la vía que conduce a la libertad. 

 

     La materia liga por la actividad egoísta; el Espíritu libra por la actividad a guisa de sacrificio. El Espíritu triunfa así de la materia; el Hombre inmortal triunfa de sus cuerpos, y la voluntad humana se unifica con la Voluntad divina. “A El nos abandonamos” (Corán, II, 83), y el hombre ofrece su cuerpo como “un sacrificio vivo, santo y acepto a Dios” (Romanos, XII, l). (A. Besant: The Universal Text book of Religion and Morals, parte I, págs. 121 y siguientes). – Para llevar a la práctica la ley de Sacrificio, se recomienda que todos los días, antes de empezar la labor cotidiana, uno mismo haga de sí la ofrenda a Aquel a quien dedicó su vida. Su primer pensamiento será la consagración de todo su ser y de todas sus facultades y energías a su Señor. Luego ofrecerá en sacrificio todos los pensamientos, palabras y obras de la vida diaria en servicio de la Divinidad y de los venerados Maestros que activan y dirigen la evolución humana, y como expresión de la Voluntad divina, aceptará con ánimo inalterable todo cuanto le acontezca: suerte próspera o adversa, pesares o alegrías, todo lo ofrecerá en sacrificio. Añadiremos, por último, que en la ley del sacrificio, que un Maestro ha denominado “ley de la evolución del hombre”, radican algunas de las más profundas verdades del Ocultismo. 


 Annie Besant: Sabiduría Antigua, todo el cap. X

sábado, 7 de enero de 2023

¿QUIEN FUE BUDDHA?

Buddha Siddhârtha (Sánsc.) o Buda Siddhârtha – Nombre dado a Gautama, príncipe de Kapilavastu, en su nacimiento. Dicho término es una abreviación de Sarvârthasiddha, y significa “realización de todos los deseos”. Gautama [o Gotama], que significa “el más victorioso (tama) en la tierra (gau)”, era el nombre sacerdotal de la familia Zâkya, regio nombre patronímico de la dinastía a que pertenecía el padre de Gautama, el rey Zuddhodana [Suddhodhana] de Kapilavastu. Kapilavastu era una ciudad antigua, suelo nativo del gran Reformador, que fué destruida durante el tiempo en que él vivió. Del título Zâkyamuni, el último componente, muni, es interpretado en el sentido de “poderoso en caridad, aislamiento y silencio”, y el primero, Zâkya, es el nombre de familia. 

    No hay orientalista ni pandita que no sepa de coro la historia de Gautama, el Buddha, el más perfecto de los mortales que el mundo haya visto jamás, pero ninguno de ellos parece sospechar siquiera el significado esotérico que hay en el fondo de su biografía prenatal, esto es, la significación de la historia popular. 
    El Lalita–vistara hace el relato de ella, pero se abstiene de insinuar la verdad. Los cinco mil Jâtakas, o sucesos de anteriores nacimientos (reencarnaciones), son considerados al pie de la letra, en lugar de serlo esotéricamente. Gautama el Buddha no habría sido un hombre mortal si no hubiese pasado por centenares y millares de nacimientos antes del último de los suyos. Sin embargo, la relación detallada de ellos, y el aserto de que durante los mismos fué él abriéndose camino hacia arriba a través de cada grado de transmigración, desde el más ínfimo átomo animado e inanimado y desde el insecto hasta la criatura más elevada, o sea el hombre, encierra simplemente el tan conocido aforismo oculto: “la piedra se convierte en planta, la planta en animal, y el animal en hombre”. 
 Todo ser humano que ha existido ha pasado por la misma evolución. Pero el simbolismo oculto en esta serie de renacimientos (jâtaka) incluye una perfecta historia de la evolución en esta tierra, pre y post humana, y es una exposición científica de hechos naturales. Una verdad no velada, sino desnuda y patente se encuentra en la nomenclatura de ellos, a saber, que no bien hubo Gautama alcanzado la forma humana, empezó a mostrar en cada una de sus personalidades la mayor abnegación, caridad y sacrificio de sí mismo. Buddha Gautama, el cuarto de los Sapta (siete) Buddhas y Sapta Tathâgatas [véase esta palabra], 


Sapta Tathâgata (Sánsc.) – Los siete principales Nirmânakâyas entre los innumerables antiguos guardianes del mundo. Sus nombres se hallan inscritos en un pilar heptagonal que hay en una cámara secreta en casi todos los templos búdicos de la China y del Tíbet.

Tathâgata  “Uno, que es como el próximo”; el que es como sus predecesores (los Buddhas) y sucesores; el próximo futuro Buddha o Salvador del mundo. Es uno de los títulos de Gautama Buddha y el más alto epíteto, por cuanto el primero y el último, Buddhas fueron los avatâras directos inmediatos de la Deidad Una. [“El que sigue las huellas de sus predecesores o de aquellos que llegaron antes que él”; ésta es la verdadera significación del nombre Tâthâgata. (Voz del Silencio, III)].


    Nació, según la cronología china, en el año 1024 antes de J.C., pero según las crónicas cingalesas, nació en el octavo día de la segunda (o cuarta) luna del año 621 antes de nuestra era. Huyó del palacio de su padre para abrazar la vida ascética, en la noche del octavo día de la segunda luna del año 597 antes de J.C., y después de pasar seis años en Gaya, entregado a la meditación y conociendo que la tortura física de sí mismo era inútil para aportar la iluminación, se decidió a seguir una nueva vía hasta llegar al estado de Bodhi. En la noche del octavo día de la duodécima luna del año 592 llegó a ser un Buddha perfecto, y por fin entró en el Nirvâna en el año 543, según el Budismo del Sur. 

     Los orientalistas, sin embargo, se han atenido a otras varias fechas. Todo lo restante es alegórico. Gautama alcanzó el estado de Bodhisattva en la tierra cuando en su personalidad se llamaba Prabhâpala. Tuchita (véase esta palabra) significa un lugar en este globo, y no un paraíso en las regiones invisibles. La selección de la familia Zâkya y su madre Mâyâ, como “la más pura de la tierra”, está en armonía con el modelo de la natividad de cada Salvador, Dios o Reformador divinizado. 

     La leyenda acerca de haber él entrado en el seno de su madre en forma de elefante blanco, es una alusión a su innata sabiduría, por ser el elefante de dicho color un símbolo de cada Bodhisattva. Los relatos de que, al nacer Gautama, el niño recién nacido dió siete pasos en cuatro direcciones, que una flor de Udumbara1 se abrió en toda su peregrina belleza y que los reyes nâgas procedieron sin dilación a “bautizarle”, son todos ellos otras tantas alegorías en la fraseología de los Iniciados, bien comprendidas de todo ocultista oriental. Todos los acontecimientos de su noble vida se expresan en números ocultos y cada suceso llamado milagroso –tan deplorado por los orientalistas porque confunde el relato haciendo imposible separar la verdad de la ficción– es simplemente el disfraz o velo alegórico de la verdad. Esto es tan comprensible para un ocultista versado en el simbolismo, como es difícil de comprender para un sabio europeo que desconozca el Ocultismo. Cada detalle de la narración después de la muerte de Gautama el Buddha y antes de su cremación, es un capítulo de hechos escritos en un lenguaje que debe ser estudiado para ser bien comprendido, pues de otra suerte su letra muerta conduciría a uno a las contradicciones más absurdas. Por ejemplo, habiendo recordado a sus discípulos la inmortalidad del Dharmakâya [véase esta palabra], Buddha, según se dice, pasó al estado de Samâdhi y se perdió en el Nirvâna, del cual nadie puede volver. Y sin embargo, a pesar de esto, presentan al Buddha abriendo con violencia la tapa del féretro y saliendo de él para saludar con las manos juntas a su madre Mâyâ que había aparecido de repente en el aire, aunque había ella muerto siete días después del nacimiento de Gautama, etc. Como Buddha era un Chakravartin (el que hace girar la rueda de la Ley), su cuerpo, en el acto de la cremación, no podía ser consumido por el fuego ordinario. ¿Y que sucedió? De improviso un chorro de llameante fuego brotó de la Svastika que tenía en el pecho, y redujo su cuerpo a cenizas. El poco espacio de que disponemos nos impide ofrecer más ejemplos. 

   En lo tocante a ser él uno de los verdaderos e innegables SALVADORES del mundo, baste decir que el más fanático misionero ortodoxo, a menos de estar irremisiblemente loco o de no tener el más mínimo respeto a la verdad histórica, no puede encontrar la más leve acusación contra la vida y el carácter personal de Gautama el “Buddha”. Sin pretensión alguna a la divinidad, dejando que sus prosélitos cayeran en el ateísmo antes que hundirse en la degradante superstición del culto del deva o del ídolo, su vida, desde el principio hasta el fin, es santa y divina.
    Durante los cuarenta y cinco años de su misión, es intachable y pura su vida como la de un dios –o como debiera ser la de este último. Es un perfecto ejemplo de un hombre divino. Alcanzó la condición de Buddha –esto es, la Iluminación completa– enteramente por sus propios méritos y gracias a sus esfuerzos individuales, por cuanto no se cree que ningún dios tenga el menor mérito personal en el ejercicio de la virtud y santidad. 

   Las enseñanzas esotéricas pretenden que Gautama renunció al Nirvâna y abandonó la vestidura Dharmakâya para continuar siendo un “Buddha de Compasión”, accesible a las penalidades y miserias de este mundo. Y la filosofía religiosa que dejó a la humanidad ha producido durante más de dos mil años generaciones de hombres virtuosos y desinteresados. 

Buddhas de Compasión – Con este nombre se designan aquellos Bodhisattvas que, habiendo alcanzado la categoría de Arhat, rehúsan pasar al estado nirvánico o “ponerse la vestidura Dharmakâya y pasar a la otra orilla”, pues entonces no estaría en su poder el ayudar a la humanidad, aun en lo poco que el Karma permite. Prefieren permanecer invisibles (en Espíritu por decirlo así) en el mundo y contribuir a la salvación de los hombres ejerciendo sobre ellos su influjo para que sigan la buena Ley o, lo que es lo mismo, guiándolos por el sendero de Justicia. (Voz del Silencio, III).


   La suya es la única religión absolutamente libre de mancha de sangre entre todas las religiones existentes: tolerante y generosa, inculcando la caridad y la compasión universal, el amor y el sacrificio de sí mismo, la pobreza y el contentamiento con la suerte de cada uno, sea ésta la que fuere. Ni persecuciones ni imposición de la fe por medio del fuego o de la espada la han cubierto nunca de oprobio. Ningún dios que vomite truenos y rayos se ha inmiscuido en sus puros preceptos. Y si el sencillo, filosófico y humano código de vida diaria, qué nos dejó el más grande Hombre–Reformador conocido, llegara algún día a ser adoptado por la humanidad en general, seguramente principiaría para la especie humana una era de paz y bienaventuranza.


Helena Blavastky